Cierto día el caminante topó con la mayor duna que jamás viera en desierto alguno. Todo un día con su noche gastó en culminarla. Amanecido, al descender aquella montaña de infinitos granos dorados, le sorprendió un extraño brillo entre la arena. Se acercó sin prisa y se arrodilló pausadamente. Era una moneda de oro con un extraño mar grabado en su cara. Giró la moneda entre sus dedos, como si jugara con ella. En su reverso había un ojo abierto fielmente cincelado. Era una moneda de gran valor y belleza.
El caminante volvió a dejar la moneda allí donde la había encontrado y regresó al camino.
¿ Que cara presenta ahora la moneda?
Pues es dificil encontrar algo de valor en el más grande de los desiertos.
Al Jadim 2003
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