Su sheij siempre le daba unas monedas y le mandaba al zoco con cualquier excusa. El jadim, obediente marchaba al mercado y cumplía con su maestro. Pero a la vuelta, siempre se paraba junto al muro blanqueado de un patio. Siempre entraba y se sentaba a escuchar el correr del agua y a cientos de gorriones nervioseando entre las enredaderas. Fuera mala la fortuna, que aquel patio resultara ser una taberna, y el jadim cuando era preguntado, sonreia y asentia mientras le volvian a llenar su jarra de vino blanco andalusí.
Al llegar al cenobio, el maestro, harto de escuchar discursos sobre el tawhid, siempre le decía con cariño:
.- al jadim, no me cuentes nada. Sólo lo que te han dicho los gorriones.
al jadim MMV
No hay comentarios:
Publicar un comentario