lunes, junio 26, 2006

SUEÑO DEL OESTE

Mi nombre era William, William H. Bonney. Algunos me llamaban Kid, los mejicanos me decían niño. Eso debía ser porque yo era el más joven de la partida. Puede que también porque me encantaba bromear. Para mi nada era importante, ni siquiera yo mismo. Cuando a los papeles les dio por halar de mis de mis correrías la gente empezó a mirarme como si fuera el gobernador o, yo que sé, un presidente de los vaqueros. También aquello me hacía gracia. Mi amigo Pat me leía las noticias y juntos nos tronchábamos. Contaban que en un mismo día había asesinado a un marshall en Arizona y me habían visto cruzar el Río Grande con cien mil cabezas. ¡Demonios! Cabalgábamos muy rápido pero no volábamos.
La vida era muy aburrida. La tierra arisca e inmensa. Las distancias hacían tan lento el tiempo que nunca me apetecía cabalgar. Me aburría en mi refugio de México, me aburría en el viejo vagón donde nos escondíamos días y días. Cierto día me dijo Pat Garret:
-Billy, un día de estos te matarán. Eres un hijo de puta.
Aquello me divirtió, así que me reí de Pat. A mi amigo algo le debió molestar.
-Billy, me marcho.
Y se marchó, y yo seguí siendo un hijo de puta. Al último que maté fue al cerdo de Manning, un viejo borracho y pendenciero. Debía hacer el número veinticinco, porque recuerdo que salió a la superficie del Río Grande, allá donde había caído. El viejo pareció flotar unos instantes y con el pecho manado sangre a borbotones se puso a gritar:
-¡Soy el veinticinco y tú Billy eres el número uno! Nadie te superará.
Después me mataron. No se cómo porque eso nunca se sabe.

Regresé de la memoria mucho tiempo después. Claro, subí al escape a mi caballo y me fui en busca de mi amigo Pat Garret.
¡Qué desilusión! La tierra no era un gran espacio yermo, el este no estaba lejos del oeste y cabalgar no tenía ya ningún sentido. El sueño que todo lo puede, me llevó hacia Pat. Lo encontré en una ciudad de grandes edificios, calles asfaltadas, hierba encerrada en jardines de cemento y personas que recogían las basuras de otras personas. Vi a mi amigo acercándose a su casa. Me parapeté detrás de unos arbustos para observarle detenidamente. Estaba muy limpio y vestido ridículamente. Iba desarmado y en las manos llevaba dos bolsas llenas de alimentos empaquetados en mucho color y botes de cosas desconocidas.
Ni siquiera le saludé. Salí al galope y por el camino hice por matar a varias personas que no conocía de nada, pero no pude. No pude ni siquiera disparar, porque aquel ya no era mi sueño, porque yo no era Billy “el Kid”.

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